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17-06-2014
A favor de ser dueños responsables:
Tendemos a creer que adoptar mascotas es un acto de amor, y que sólo el darles un hogar es un acto de generosidad y humanidad.
Yo soy la peor 'dueña' del mundo.
Cuando era niña decía que, cuando creciera, sería veterinaria. No me interesaba la medicina, pero era la única carrera que conocía en la que tuviera contacto con animales todo el tiempo; “porque quiero ayudar a los animales”, era mi pueril argumento.
Aunque estudié Periodismo, siempre fui pro-animal y he hecho todo lo que ha estado en mis manos para cuidarlos.
Pero el adulto que soy decepcionó a la niña que fui, pues no sólo no me dediqué a ese noble propósito, sino que en algún momento, me convertí en una dueña irresponsable.
No lo digo con orgullo, sólo con honestidad. Akasha, mi rottweiler, vivió conmigo 10 años, durante los cuales le di mucho amor, pero poca atención.
Entre mi trabajo y las dificultades de pasear con un animal de ese tamaño y fuerza, me impidieron muchas veces sacarla a caminar.
No es que la tuviera sin comer, sin agua, amarrada o alguna de esas infamias que algunas personas hacen con las mascotas, pero jamás podría negar que le faltó más atención y convivencia familiar.
Pasaba casi todo el día sola en su enorme patio, lleno de juguetes y hasta con un árbol de limón cuya tierra siempre rascaba… pero sola. Yo sólo la veía al salir y al volver del trabajo, le daba comida, agua y le acariciaba la cabeza.
En mis descansos sí salía a ratos a jugar con ella, y cuando me armaba de valor –y mucha fuerza- la sacaba a pasear.
Debido a mi descuido, Akasha había convivido poco con otros perros, por lo que se volvía muy agresiva con los que se topaba en la calle. Era una labor titánica frenarla para que no los atacara –cosa que sí hizo alguna vez-. Siendo yo una debilucha sedentaria, me convertía en un papalote cuando -más bien- ella me sacaba a pasear, y todos los animales que se cruzaran en nuestro camino corrían peligro (perros, gatos, ratas, aves, etc).
Pero esto no era culpa de Akasha, evidentemente. Yo debí prever todo esto al aceptar como regalo un rottweiler, perro de origen alemán que regularmente se usa como policía o en peleas. Finalmente, un perro de ataque, pese a su gran nobleza y espíritu tan infantil como el de un French Poodle. En realidad, mi perra era muy cariñosa y lo único que necesitabas para ganarte su confianza –y cariño- era tomar su pelota y jugar con ella.
Pero no:
como la mayoría de las personas que gustan de las mascotas, acepté tener un animal al que no podría cuidar, y quien pagó las consecuencias fue ella.
Tendemos a creer que adoptarlos es un acto de amor, y que sólo el darles un hogar es un acto de generosidad y humanidad. Pero igual que con un hijo, para tener una mascota se debe estar listo y tener todas las condiciones para su cuidado y atención, y si no las tenemos, es mejor apadrinar una mascota de algún albergue y, cuando haya oportunidad, ir a convivir con ella. Es mejor eso, que integrarla a una casa donde no va a vivir feliz.
Esa fue la lección que aprendí cuando Akasha murió. En la plancha del hospital al que la llevé por una severa infección, me quedé junto a ella acariciándola mientras se iba durmiendo, luego de que la inyectaran para inducirle la muerte.
Lloré como Magdalena porque su vida llegara al final y yo nunca hubiera tenido suficiente tiempo para darle, y le prometí que nunca más tendría una ‘hija’ mientras no pudiera atenderla.
Fuente: Claudia Altamirano | Retazos – jue, 29 ago 2013
https://mx.noticias.yahoo.com/blogs/retazos/yo-soy-la-peor--due%C3%B1a--del-mundo-033409424.html
Foto: www.dreamstime.com/photos-images/sad-dog-behind-bars.html
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